Tanto Althusser como Sacristán fueron aguda y amargamente conscientes de la situación de derrota en la que se hallaba la clase trabajadora, y en la que se hallaría por un prolongado período, a comienzos de los ‘80. A su manera, buscaron preparar a las generaciones futuras para la “larga travesía en el desierto” que se vendría, señalando que la situación era desfavorable pero que el marxismo debía anclarse en la lucha de clases, por más elemental que fuera.
El capitalismo actual atraviesa una crisis de magnitud. Pero en muchos aspectos, todavía estamos en esa travesía (aunque la imagen del desierto podría ser reemplazada por la de unas aguas turbulentas). Pero para alcanzar el oasis (o la tierra firme) de la revolución, el marxismo filosóficamente riguroso, de vocación científica, políticamente comprometido y de intencionalidad revolucionaria de estos dos pensadores parece más pertinente que otras tradiciones menos combativas (como la derivada de la escuela de Frankfurt) hoy mucho más en boga.
Después de la crisis del 2008, el marxismo recuperó autoridad en el plano de la explicación de las contradicciones económicas del capitalismo, enfáticamente multiplicadas por la nueva crisis mundial que estamos viviendo en la actualidad. El “mapa de las teorías críticas”, como lo llamó Razmig Keucheyan [2], se comienza a reconfigurar con una mejor relación de fuerzas para el marxismo, frente a teorías que habían dado por superada tanto la problemática de la crisis del capitalismo como la de la lucha de clases. Ambas cuestiones son hoy una realidad innegable, más aún con el desarrollo del reciente movimiento de masas en Estados Unidos, impensado hasta hace muy poco tiempo. Sin embargo, esto no significa un efecto directo en el plano de la recomposición política de la izquierda. Allí está planteada una batalla política e ideológica, así como un trabajo cotidiano de inserción y desarrollo de las luchas de la clase trabajadora y los sectores populares.