Francisco Marín aporta pruebas sólidas y múltiples que apuntan a la muerte de Pablo Neruda como un asesinato de tinte político. El crimen fue cometido a horas de su partida a México, 12 días después del golpe de Estado civil-militar de septiembre de 1973.
La dictadura actuó de modo artero para evitar que el premio Nobel, por su relevancia mundial, constituyera un gobierno chileno en el exilio. Hasta el año 2011 primó la historia oficial acerca de la caquexia por metástasis de un cáncer como causa de su muerte. Ese año, gracias a los testimonios de Manuel Araya, chofer y asistente personal del poeta, que estuvo con él hasta sus últimas horas, y a la investigación del autor de este libro, la versión acerca de la muerte
de Neruda por causas naturales fue cuestionada. En los restos de Neruda se encontraron trazas de una bacteria capaz de producir toxina botulínica, el veneno más mortífero conocido y que ha sido utilizado como arma biológica. La contaminación con dicha bacteria se produjo mientras el poeta estaba aún con vida. En un informe pericial quedó señalado que, “en definitiva, sólo se puede confirmar que, necesariamente, hubo intervención de terceros para suministrar el Clostridium botulinum a Pablo Neruda”.
Se interpusieron querellas ante la justicia chilena por parte de la familia del poeta y del Partido Comunista en cuyas filas militaba Neruda. Con el proceso judicial abierto e iniciada una acuciosa revisión científica forense de los restos del premio Nobel, lo primero que se determinó fehacientemente fue que la causa de muerte no había sido dicha caquexia. De ahí en adelante, el caso se fue nutriendo de incontables pistas que apuntan a sustentar la tesis del asesinato. Esta impecable investigación ha logrado establecer el motivo del crimen, la oportunidad para perpetrarlo, el encubrimiento con que se ocultó el asesinato, la identidad de los más probables sospechosos del crimen, y la cadena de pericias que conducen inexorablemente hacia la existencia de, al menos, un arma homicida.
Ceibo
2024
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