Este libro analiza la relación entre el proceso de democratización empujado por un activo y contestatario movimiento obrero entre 1918 y 1938, y la actualización de los dispositivos represivos del Estado. Su hipótesis sostiene que la transición entre un orden plenamente oligárquico y otro más plural, que incorporó las demandas obreras y de sectores medios por derechos sociales, políticos y económicos, al igual que en otros países del Cono Sur americano, no fue un proceso fácil, sino que despertó profundas resistencias, toda vez que el contenido de la reforma suscitaba numerosas controversias entre los actores en juego. Este proceso implicó el paso entre la masacre como forma de resolución del conflicto y formas coercitivas estatales, que ampliaron sus capacidades de vigilancia y de información respecto de la población en general, y también de represión física y legal contra los elementos más disruptivos -los "agitadores" y "subversivos"-.