La vida humana transcurre en un universo de significados (perceptuales). Es nuestro sino, nuestra condición existencial. Interactuar socialmente en dominios de significados mutuamente complementarios es comunicarse; inversamente, interactuar en base a significados incompatibles entre sí trae consigo la incomunicación.
Lo esencial, que debe tenerse siempre presente, es la unicidad de la naturaleza humana. Lo que nos hermana a todos los hombres es la manera como hacemos surgir en nosotros nuestros significados existenciales, la manera en que éstos son creados, generados, transformados. Es precisamente el conocimiento de este proceso de aprendizaje social (cómo conocemos o, en otras palabras, cómo surge en nosotros el mundo que vivimos, nuestra particular autoconciencia) el fundamento para la comprensión universal del hombre por el hombre.
La naturaleza del conocimiento humano nunca se nos ha negado como fruta prohibida; por el contrario, el conocimiento es lo constitutivo del ser viviente, lo propio del ser hombre, y el conocimiento de sí mismo, su semilla más profunda.