El renovado interés por el tema de los derechos humanos en los años recientes ha traído consigo, naturalmente, la inquietud por la cuestión de sus orígenes. Gracias al bicentenario, la génesis de la primera Declaración, adoptada en 1789, atrajo particularmente la atención. En contraste, esta movilización de la curiosidad puso en evidencia una cierta pobreza de conocimientos sobre el tema y la notable indiferencia de los historiadores de la Revolución por la larga discusión que la Asamblea Nacional Constituyente le dedicó. Sólo es posible encontrar unas cuantas monografías, la mayoría apolilladas y superficiales, y todas estrictamente filológicas. Y en cuanto a los intérpretes clásicos del hecho, la dificultad es casi absoluta: ninguno juzgó útil emprender el análisis del choque de opiniones y del laborioso cruce de lenguajes de los que surgieron los diecisiete artículos establecidos el 26 de agosto de 1789. Creyeron que la sola influencia del resultado bastaba. Ahora bien, el renacimiento de este debate es excepcionalmente revelador: no sólo da cuenta del proceso revolucionario, sino que además aclara los pormenores de la idea de los derechos del hombre. Mediante la restitución más precisa posible de estos intercambios, en los que la fe democrática se fundió en fórmulas definitivas, este estudio trata de poner de relieve esta doble potencia de significado. Se propone, en el fondo, volver a captar, desde adentro, lo más cerca posible del discurso y de las acciones de los actores, la «apuesta fundacional» relacionada con la adopción del texto, y que los contemporáneos tomaron tan a pecho.