Los acontecimientos de las últimas décadas han hecho que la democracia liberal, o liberalismo democrático, se tambalee. Y, especialmente ahora que parece hallarse en peligro, el liberalismo, aunque complejo y diverso, es fácil de reconocer y de distinguir de sus rivales. Para Fawcett, se trata de una duradera práctica política surgida a principios del siglo XIX, cuando, en medio del incesante cambio propio de la modernidad capitalista, los primeros liberales buscaron nuevas formas de asegurar la estabilidad ética y política. A juicio del autor, esa búsqueda estuvo (y está) guiada por cuatro ideas generales: la aceptación de que el conflicto moral y material no puede ser eliminado de la sociedad, sino tan solo contenido y, quizás, encarrilado de manera fructífera; la hostilidad hacia el poder no sometido a control, ya se trate del poder político, el económico o el social; la fe en el progreso, esto es, en la posibilidad de curar los males sociales y mejorar la vida humana; y, finalmente, la insistencia en el respeto que tanto el Estado como la sociedad deben a todas las personas, sean estas quienes sean.